El 28 de agosto de 1963, delante del monumento de Abraham Lincoln en Washington D.C, ante
más de 200.000 personas, la inmensa mayoría negros (sí, él los llamaba “negros”), Martin
Luther King pronunciaba un discurso contra la discriminación racial. Es el archirrecordado “yo
tengo un sueño”.
Sin embargo, esta frase no formaba parte del discurso que había preparado.
Al poco de arrancar su alocución, Luther King se dio cuenta de que no estaba conectando con
la audiencia y decidió pasar de un registro racional a otro muy emocional. El resultado es uno
de los discursos más memorables de la historia.
Martin Luther King supo leer muy bien a la audiencia para conectar emocionalmente con ella.
Esta es una de las principales habilidades del líder: inspirar.
Se puede inspirar desde el propósito o desde las conductas. En ambos casos es importante
apuntar a un objetivo, una visión por la que merece la pena luchar. El buen líder crea un relato
del que quieres sentirte parte como coprotagonista. Te da un espacio en una historia que
apunta a un final feliz y que te sentirás orgulloso de contarla una y otra vez.
Muchos discursos o intervenciones fracasan porque el ponente no se pregunta “cómo está
emocionalmente la audiencia” y opta por argumentos puramente racionales. Imaginemos una
crisis en una estación de tren que está provocando muchos retrasos. Lo primero que tiene que
hacer el portavoz es reconocer el enfado de los clientes antes de exponer las medidas que la
compañía está adoptando para solucionar el problema.
Se habla mucho de la empatía, pero se practica poco. El líder es empático con sus palabras y
con sus hechos.