Comunicación es un término que proviene de dos vocablos indoeuropeos: ko y mein,
que pueden traducirse como “crear comunidad”. Me parece un origen etimológico
muy bonito que coincide con el propósito de la comunicación como función
integradora y vertebradora de las sociedades.
El comunicador tiene, pues, una doble responsabilidad: con la organización para la que
trabaja y con la sociedad de la forma parte.
Así lo expresa el primero de los 16 principios éticos que inspiran la práctica de la
comunicación (las relaciones públicas en los mercados anglosajones) de la Global
Alliance for Public Relations and Communication Management, la federación mundial
que integra a asociaciones de comunicadores y entidades académicas.
Este principio dice: “Trabajar por el interés público”.
Hoy trabajar por el interés público significa “trabajar con la verdad”. ¿Y dónde suele
estar la verdad? En los hechos, es decir, en una lectura rigurosa de la realidad. La
verdad es la sustancia de la que se alimenta la credibilidad, muy amenazada en los
tiempos que corren porque nunca en la historia ha sido tan fácil y tan barato crear y
distribuir mentiras.
Por encima de todo, los comunicadores tenemos que velar porque la verdad guíe las
relaciones de las organizaciones con sus grupos de interés.